Por Alonso Meza, Psicólogo Transpersonal y
Constelador Familiar
Recuerdo la primera vez que me hablaron de
las Constelaciones Familiares. Ojalá hubiera tenido una cámara para ver mi cara
retratada en esa ocasión. Cuando me comenzaron en qué consistía, qué se hacía,
lo primero que pensé fue que era una sesión chamánica, espiritismo puro. Como
buen escéptico mi respuesta fue de total rechazo.
Como buen investigador revisé en Google y
vi que era un método creado por un terapeuta alemán, llamado Bert Hellinger.
Que en su juventud fue misionero, estuvo años viviendo en una tribu africana,
luego quiso ser sacerdote, renunció, se casó, estudió pedagogía, filosofía,
teología, psicoanálisis, análisis transaccional hasta que finalmente postuló su
propio modelo. Ahí me di cuenta que el tipo se paseó por tantos modelos, que
por curiosidad, me interesaba conocerlo.
Sin embargo en ese momento, estaba pasando
por una situación compleja. Ya estaba titulado, por más que enviaba currículum
a distintos lugares no me llamaban ni siquiera para entrevista. Ya estaba
desesperado. Ahí nuevamente me dijeron que “constelara”. Entre la desesperación
y que me pillaron volando bajo, dijo que sí. La persona que realizaría el
taller era bien cotizado en la zona, por lo cual conseguir un cupo era ya
difícil, sobretodo por la fecha. La constelación sería en 2 semanas más. El
precio también fue tema. Era bastante alto tomando en cuenta mi situación
económica en ese instante.
Pero sin darme cuenta, todo se arregló
“raramente”. Justo quedaba 1 cupo disponible de una persona que se desistió de
él 5 minutos antes que yo llamara. El dinero apareció de regalo sin darme
cuenta. Y así, todo preparado para constelar.
Y fui a Constelar. No entendía nada. El
tipo que hacía la Constelación, se veía ducho, maestro en lo que hacía. Hasta
arrogante. Pero tenía un manejo del grupo que dejaba asombrado a cualquiera.
Dos personas constelaron antes. Y ahí entendí qué eran las Constelaciones
Familiares. Una persona que hace de paciente, se pone al costado derecho del
guiador, cuenta un problema específico, sin ahondar en mayores detalles. Luego
el guía le va pidiendo al paciente que vaya eligiendo a determinadas personas
del público, que no se conocen entre sí ni mucho menos su historia, para que
hagan un rol específico. Uno que haga de su padre, otro de su madre, otro de su
pareja, de su hijo y ella, dependiendo de la composición familiar del paciente.
La magia de esto ocurre en que el paciente
le pregunta a cada miembro del grupo para que represente a un familiar, es que
después lo guía tomándolo de la espalda suavemente y lo coloca en un lugar
específico. Y sin más actos que esos, el representante poco a poco comienza a
sentir cosas nuevas, incluso toma gestos faciales y posturales distintos y que
el paciente reconoce como del familiar representado. Ahí parecen frases como:
“Se puso igual que mi papá” o “tiene la misma cara que mi hermana”.
Luego de eso, el Constelador o Guía va
explicando lo que ocurre en la familia, los movimientos, las exclusiones, lo
que ocurre. Después solicita para que cada representante haga un movimiento hacia
donde le dé mayor tranquilidad. Ahí comienzan los aspectos sanadores, porque se
muestra lo más crudo de las problemáticas. Las parejas se distancian, los hijos
se interponen entre los padres. Las madres toman a sus hijos para ahuyentar a
sus parejas, etc. Tomando este panorama, el Constelador comienza a ordenar poco
a poco la estructura familiar, explicando, mostrando. Y acá viene lo innovador
de este modelo terapéutico. Utiliza las llamadas frases sanadores. Estas frases
son oraciones, decretos dichos por los representantes entre ellos, guiados por
el Constelador, que tienen por fin ordenar y reconocer el lugar que le
corresponde a cada miembro. Por ejemplo y como caso típico, la frase sanadora
de un hijo a su padre: “Lo siento papá, por mi arrogancia de creerme mejor que
tú para mi madre. Reconozco que mi madre te eligió a ti como su hombre porque
eres el mejor que pudo haber elegido. Ahora entiendo que tú eres el grande y yo
el pequeño”. Otra frase sanadora muy repetida también tiene que ver con los padres
separados a sus hijos: “Lo que ha ocurrido entre nosotros, no es tu
responsabilidad. Nosotros siempre seremos tus padres y tú siempre serás nuestro
hijo. Te despojamos de nuestras culpas, que son solo nuestras y no tuyas”.
Cuando las oí por primera vez pensé que
estábamos en una Iglesia del siglo XVII. Las encontré extremadamente cursis y
enchapadas a la antigua. Pero resulta que el solo repetirlas producía alivio
inmediato en los representantes. Y así se ordenaban posicionalmente todos los
miembros de la familia representados en la Constelación. El cierre se produce
cuando se ha visto la solución estructural al problema y cada miembro queda en
paz.
Todo esto me hizo sentido cuando fue mi
turno Constelar. Mi tema fue la falta de pega, tal cual. No tenía otra cosa.
Pero la Constelación se desarrolló y vi desde donde venía mi bloqueo energético
y que estaba impidiendo la llegada de oportunidades de trabajo. Lloré a mares,
boté todo y vi todo. Cuento corto, 3 semanas después de asistir a mi primera
Constelación, encontré trabajo.
Ahí comprendí la magia. Se realizaron
movimientos en mi familia sin ellos saber si quiera lo que yo hice. Ocurrieron
cambios en mi familia que se relacionaban con los visto en la Constelación,
siendo que ellos no solo no fueron sino además que no tenían idea de lo que
hice.
Y fue cuando comprendí el poder sanador de
esta herramienta. Y desde ese momento, que decidí aprender de ella, para poder
llevarla a otras personas y así también vislumbren y sientan su tremendo poder
curador.
Puedes leer este artículo y otros más en el blog de Alonso Meza en su blog ConmigoSiento.